jueves, 13 de junio de 2013

MARATON SOBRE EL #EXILIO DE LA FAMILIA #PAYA #reblogs #cubaencuentro Deja tus opiniones¡






La caída del Movimiento Cristiano Liberación

Payá merece honor por haberse opuesto a Castro; y su familia, luego de décadas de acoso policial, no puede asimilar otra cosa: lo mató la Seguridad del Estado. Pero hasta ahí

El exilio de la familia de Oswaldo Payá consumó la caída del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), que ya había dejado de ser movimiento y dejó de ser cristiano, sin dejar esperanza de liberación, tras presentar las muertes de Payá y Harold Cepero, el 22 de julio de 2012 en accidente de tránsito cerca de Bayamo, como asesinato político y pasearla por medios y foros extranjeros con la exigencia desatinada de investigación internacional.
1. El MCL había dejado de ser movimiento tras agotarse su Proyecto Varela (1998) en sendas recogidas de 11.020 (2002) y 14.384 (2004) firmas, ambas por debajo del 0,2 % del electorado. El proyecto expiró, por falacia de concreción fuera de lugar, al relanzarse el 28 de octubre de 2008 en Madrid.
Payá intentaría resucitarlo en Cuba con la versión El camino del pueblo (2011), pero ni siquiera logró consenso entre los propios disidentes. Oscar Elías Biscet rechazó el camino por ser “la continuación del comunismo” y Francisco Chaviano alegó que el pueblo tenía ya bastante con Fidel Castro “para pícaros y habilidosos [y] Payá ha utilizado estas habilidades varias veces”.
Chaviano subrayó que Payá había “estado esquivando un compromiso serio con la unidad” hasta quedarse “totalmente solo”. El Arzobispado de La Habana vendría confirmarlo al abstenerse de invitar a Payá a la conferencia “Un diálogo entre cubanos” (La Habana, abril 19-21 de 2012).
2. El MCL dejó de ser cristiano por aferrarse a un solo testigo (Ángel Carromero) para imputar al gobierno el asesinato de Payá y Cepero. Los cristianos se atienen a las Sagradas Escrituras: “No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación” (Deuteronomio19, 15).
El otro sobreviviente de la tragedia (Jens Aron Modig) largó enseguida el mensaje: “Dice Ángel que un carro lo empujó fuera de la carretera”. Eso mismo diría Carromero tanto al primer agente de la autoridad que llegó a la escena como a quien tomó declaración en el hospital. Sólo que tres testigos presenciales (José Antonio Duque de Estrada, Lázaro Miguel Parra y Wilber Rondón) y el dictamen pericial destruirían este ardid de Carromero para eludir su responsabilidad.
Al reiterar la excusa en entrevista para el Washington Post, Carromero se tornó despreciable: si no fuera una mentira que camina, sería un gallina. Lo que dijo a WaPo debió haberlo planteado en juicio e incluso pudo contárselo al cónsul español que lo visitó en prisión provisional.
Después Carromero pudo y debió acudir a la judicatura española, para buscar justicia tanto para sí como para los “asesinados”, pero no lo hizo ni lo hará. Carromero sabe que las pruebas del Gobierno cubano son aplastantes y no podría justificarse ya con que se partió en la cárcel bajo la insoportable tortura de tener que descargar el retrete de la celda con un cubo.
3. El MCL dejó de ser esperanza de liberación al demostrar que ni siquiera conoce al enemigo. Luego de haber dejado libre a Payá en la Primavera Negra (2003) y darle pita en los trajines disidencia hasta que se quedó “totalmente solo”, la Seguridad del Estado no tenía por qué matarlo. Mucho menos en operativo tan chapucero, que habría comenzado provocando un accidente de tránsito —donde nunca se sabe de antemano quiénes van a morir— y terminado dejando vivos a testigos que podrían hacer el cuento.
El totalitarismo castrista, rutinizado por más de medio siglo, no asesina si no vale la pena. Payá servía mejor como elemento de discordia entre los disidentes que como mártir. Presentarlo como víctima de asesinato político es otro infortunio del anticastrismo: tras fracasar como Lech Walesa tropical, el MCL intentó sublimar a Payá como otro Jerzy Popiełuszko. Así, el anticastrismo prosiguió su larga tradición de falsos líderes y aun falsos mártires.
Al apearse con que “continuarán su trabajo ahora desde el exilio (...) en sintonía y comunión” con los coordinadores y activistas del MCL de la Isla, la viuda y la hija de Payá empeoran la caída, porque quedan en sinceridad por debajo del vulgar inmigrante, que dice sin ambages que viene a buscar mejor vida, y del refugiado que confiesa lo evidente: desde el exilio no se continúa ninguna oposición ni disidencia dentro de Cuba.
Payá merece honor por haberse opuesto a Castro; y su familia, luego de décadas de acoso policial, no puede asimilar otra cosa: lo mató la Seguridad del Estado. Pero hasta ahí. Empinar el accidente de tránsito hasta el asesinato y aquel honor hasta la rivalidad política peligrosa para la dictadura, entraña un error categorial. Para el castrismo, la política ha sido siempre estrategia.

El sagrado derecho de la familia Payá

A la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad

Cuando vivía en Cuba, la primera vez que supe de Oswaldo Payá y su labor cívica fue por noticias de la radio extranjera, puesto que en la información oficial, naturalmente, él era ninguneado y silenciado.
Me asombró, y admiré a aquella persona capaz de salir casa por casa, en ciudades donde los mítines de repudio campeaban por su respeto, a proponer a los cubanos firmar una petición —cualquiera que fuese— que no estaba dentro de las líneas, los intereses o las “orientaciones” del Gobierno cubano.
El terror, las amenazas, los golpes, eran recursos de la dictadura que, simplemente, no limitaban el accionar de Payá, un cristiano firmemente convencido de sus ideas y del camino para materializarlas. Un hecho de la magnitud de esa recogida de firmas requería, además de valor personal, una convicción política y una capacidad de liderazgo de la que no todos los valientes disfrutan, ni dentro de Cuba ni en el extranjero.
Cuando escuchaba aquellas noticias lo menos importante para mí era si Payá y su Movimiento podrían recoger firmas equivalentes al 0,0001, el 0,2, el 17, el 43,25 o el 82,09 porciento de los votantes. Considerar que la impronta de Oswaldo Payá y el Movimiento Cristiano Liberación en Cuba puedan ser medidos por el porcentaje de firmas recogidas para sus proyectos con relación a los eventuales votantes, en el mejor de los casos es ingenuo, y en el peor, miserable: lo fundamental era la disposición de esos cubanos valientes a tocar puertas, hablarle cara a cara a las personas, mirándoles a los ojos, y solicitarles su firma en una petición que, aun dentro de los marcos de lo autorizado por la Constitución socialista, asustaría a más de uno. Solamente estar dispuesto a salir a recoger esas firmas era un acto de dignidad y valor de una trascendencia mucho más allá de la estulticia cotidiana.
¿Cuántos informantes de los CDR, militantes del Partido, “come-candela”, segurosos, indiferentes, cobardes, habrán encontrado Payá y esos cubanos dignos que le seguían cuando los residentes respondían al toque de las puertas de sus casas y ellos comenzaban a explicar el por qué de su presencia?
Cuando posteriormente todo el mundo tuvo conocimiento de la actividad de Payá y su Proyecto Varela, gracias a un discurso del expresidente Jimmy Carter en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, televisado a todo el país y ante la prensa extranjera, la estatura política de Oswaldo Payá se agigantó más aun.
Todo lo anterior no desconoce que, desde mi percepción, Payá no siempre tuvo la razón en todas sus posiciones políticas, en sus relaciones con la población cubana, con el resto de los disidentes y opositores dentro del país, con la Iglesia Católica, ni con los exiliados. Considero que no siempre sus propuestas fueron las mejores ni las más adecuadas. Sin embargo, nunca he dejado de admirarlo y respetarlo, porque esa situación demostraba que él no era un dios, sino un ser humano, con sus luces y sus sombras, como somos todos, algunos con más luces, como Payá, otros con más sombras.
Tras el nebuloso accidente de tráfico de junio de 2012 que costó la vida a Oswaldo Payá y Harold Cepero, y las cobardes, confusas, vacilantes y contradictorias declaraciones de los dos supervivientes extranjeros que les acompañaban, la familia Payá, con todo su derecho, y teniendo en cuenta las amenazas y “accidentes” anteriores que sufrió Oswaldo, consideró insuficiente la explicación oficial sobre los acontecimientos, y ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para conocer lo que realmente podría haber sucedido ese trágico día. Eso no es ni majadería ni testarudez, sino justo y normal reclamo de quienes pierden a un ser querido en circunstancias nada claras y de antecedentes tenebrosos.
Ofelia Acevedo, la viuda de Payá, en todo momento demostró entereza, dignidad y valor. Rosa María, la hija de Ofelia y Oswaldo, en su reciente gira por Europa y Estados Unidos, siempre fue sobria, responsable y certera en sus declaraciones, sin aspaviento innecesario ni búsqueda de protagonismo, insistiendo en el empeño de que se pueda conocer toda la verdad sobre la muerte de su padre, más allá de toda duda. Tan certera resultó su gira que los esbirros del régimen comenzaron a amenazarla a ella y a toda su familia desde el anonimato de las redes sociales y las llamadas telefónicas malintencionadas, incluso antes de que regresara a Cuba.
Ahora los familiares de Payá decidieron hacer lo que hemos hecho casi dos millones de cubanos a lo largo de más de medio siglo, por una razón o por otra: salir de Cuba y radicarse en el extranjero, en este caso en Estados Unidos. Todavía no se conocen todos sus planes y estrategias para esta nueva etapa, pero lo que hagan a partir de ahora, cómo y cuándo, es algo que corresponde decidir a la familia Payá, a más nadie. Ya el tiempo y la vida dirán la última palabra sobre los resultados de sus decisiones.
Es cierto que, más que ciudadanos privados, los familiares de Oswaldo Payá, sobre todo después de la gira internacional de Rosa María, son vistos como figuras icónicas o símbolos de la oposición cubana, y eso motiva criterios, comentarios y opiniones que no se expresan habitualmente sobre cualquier hijo de vecino que decida hacer lo mismo que ellos. A pesar de eso, esperar de todos los familiares, automáticamente, similares acciones y posiciones a las del carismático fundador del Movimiento Cristiano Liberación es una expectativa que, en el mejor de los casos, peca de demasiado optimista.
Sin embargo, me parece que todos y cada uno deberíamos preguntarnos muy claramente quiénes somos nosotros para juzgar y calificar las conductas de la familia Payá y evaluar las decisiones del Movimiento Cristiano Liberación como si viviéramos en las alturas del Olimpo, por sobre los simples mortales, opinando festinadamente sobre lo que debieron o deberían hacer.
La libertad de expresión, de la que todos disfrutamos en este país, no nos da derecho a juzgar superficialmente las acciones de los demás, ni nos convierte en Gran Hermano, vigilando desde el Parnaso la conducta y las acciones del resto de los cubanos.
Sobre todo cuando no hemos logrado, después de más de medio siglo, que se restablezca un Estado de Derecho en nuestra patria, y tenemos que vivir en el extranjero con una libertad prestada que disfrutamos y agradecemos, y bien miserables seríamos de no saberla agradecer.
De manera que, sin pretender juzgar lo que no me corresponde, ni sentar cátedra de nada, ni dar “orientaciones” ni consejos a nadie sobre cómo actuar, ante la noticia de la llegada de esta familia a Estados Unidos, expreso una vez más mi respeto y mi admiración por el difunto Oswaldo Payá, y les digo a sus familiares lo que corresponde en estos casos, lo que tantos cubanos hemos escuchado al llegar a estas tierras de libertad y que tanto optimismo nos ha brindado en esos momentos difíciles de la llegada:
¡Bienvenidos a Estados Unidos!


Dos patrias tiene ella: Cuba y Miami

La oposición acaba de inaugurar la posibilidad de estar entrando y saliendo de Cuba por temporadas, mantener viviendas en ambos países y dejar que el tiempo pase

¿O son una las dos?
La llegada de la familia Payá a este ciudad ha iniciado un capítulo nuevo en la larga historia del exilio y la lucha contra el régimen castrista. Ahora se puede ser disidente y opositor en esta orilla del estrecho de la Florida, trasladar el buró de La Habana a Miami y establecer el puesto de mando en cualquier suburbio. Como en las ofertas de tiempo compartido —donde varias familias se reúnen para comprar una vivienda de verano y se ponen de acuerdo para dividirse los meses en que la utiliza cada cual—, los cuarteles de invierno se levantan al resguardo del aire acondicionado y con la garantía de que no hay amenaza de apagones constantes si en el futuro falta el petróleo venezolano, siempre que se pague la cuenta de electricidad.
Por supuesto que nadie que vive desde hace años en el exilio tiene derecho a criticar que otros compartan igual destino, así que lo primero es un saludo de bienvenida para la familia Payá y el mejor de los deseos de una estancia grata y un futuro promisorio.
Continuar el discurso opositor en este lado del estrecho puede resultar enaltecedor, entretenido y en ocasiones hasta provechoso. Solo que aquí también hay la posibilidad de criticar y discutirlo; no rechazarlo con actos de repudio, violencia y gritos, sino simplemente expresar otra opinión.
La familia Payá ha escogido un camino no heroico, y tiene todo su derecho a ello. A Miami vino todo lo que quedaba de la familia en Cuba. Cinco miembros llegaron el jueves a Miami: su viuda Ofelia Acevedo, su hija Rosa María y su hijo Reinaldo; además de la madre de Acevedo, de 86 años, y una hermana. Una hermana de Payá y una tía habían llegado el 30 de mayo. Su hijo mayor, Oswaldo, se asentó en Miami unos meses antes, de acuerdo a una información ofrecida en El Nuevo Herald.
Lo novedoso del caso es que no se lo plantean como un viaje sin regreso o un destierro hasta el final de la dictadura castrista. Nada de ello. Gracias a la Ley de Ajuste Cubano, y gracias también a la nueva política migratoria del gobierno de Raúl Castro, pueden estar hasta dos años por aquí y en cualquier momento regresar a la Isla sin necesitar permiso de las autoridades cubanas. Y por supuesto, también luego regresar a Estados Unidos.
Así que la oposición acaba de inaugurar la posibilidad de estar entrando y saliendo de Cuba por temporadas, mantener viviendas en ambos países y dejar que el tiempo pase, los hermanos Castro se mueran y ver si entonces el futuro de Cuba es más luminoso u oscuro. Para decirlo en cubano: capear el temporal, cualquier temporal. Mientras tanto, y con la residencia asegurada gracias a la Ley de Ajuste, los más jóvenes iniciar una nueva vida y edificarse un futuro en un país que de pronto se ha convertido en una especie de foster home para los hijos y servicios de asistencia social para los de edad avanzada. Todo ello sin necesidad de adquirir compromiso alguno con la nación que sirve de país de adopción en cuanto a beneficios, pero que en realidad no lo es en cuanto a un compromiso ciudadano.
Desde el punto de vista de la nación que brinda los servicios, hay en todo esto una ética al menos dudosa. También unas circunstancias difíciles de admitir por el resto de la ciudadanía, nacida aquí o procedente de otros países, en especial en un momento en que se discute la posibilidad de una nueva ley migratoria.
A su vez, y desde el punto de vista de la nación de la cual se escapa, pero a la que no se renuncia volver, una salida aprovechada y poco heroica.
Por supuesto que las salidas poco heroicas son por lo general bienvenidas para quien escribe este comentario, que a veces hasta las aplaude pero que al mismo tiempo no se traga el cuento del patriotismo estilo siglo XIX.
Si la candela aprieta y la situación en la Isla se le ha tornado difícil a la familia Payá, cuyos miembros han expresado que han sido amenazados verbalmente, pues es normal que pongan los pies en polvorosa.
Nada más humano que traten de proteger al joven Reinaldo Payá, quien según dijo Julio Hernández, miembro en Miami del grupo fundado por Payá, “a los 21 años es el más joven y por lo tanto, quizás, el más susceptible a las presiones del Gobierno”, de acuerdo a la información publicada en El Nuevo Herald. El diario agrega que Reinaldo ha estado estudiando en la Universidad de La Habana. No hay información de que el joven haya sufrido detenciones y actos de hostigamiento, más allá de las amenazas verbales que los familiares dicen haber escuchado y las afirmaciones de haber sido seguidos por agentes de la Seguridad del Estado.
Así que la declaración de que algunos de los familiares de Paya, que recién han llegado a Miami, “podrían regresar a Cuba si fuera necesario para continuar el trabajo de Payá, y se sentirían más seguros mientras promueven sus denuncias de que agentes del gobierno mataron al reconocido disidente hace casi un año”, solo pueden ser aceptadas sin comentario alguno por una prensa benévola con la familia aquí en esta ciudad.
Por lo pronto, cabe la sospecha de que la familia decidió acogerse a los potenciales beneficios de una situación creada tanto por la nueva legislación vigente en Cuba como por las normas establecidas desde hace años en Estados Unidos.
Saltan de inmediato dos paradojas. La primera es que la Ley de Ajuste Cubano, que entre otras razones fue establecida porque a los cubanos les estaba vedado el regreso al país, pueda servir ahora para todo lo contrario: facilitar la vuelta y el establecimiento de temporadas aquí y allá.
La segunda paradoja es que por años el sector más recalcitrante del exilio ha exigido el fin o la limitación de los viajes a la Isla precisamente con el argumento de que los cubanos llegan aquí, dicen que son perseguidos políticos, algunos se acogen al asilo político y luego, al obtener la residencia, de inmediato quieren volver de visita a Cuba. Con independencia de quienes usan este argumento llevan a cabo un razonamiento desvirtuado, ya que no se trata de solicitar asilo político sino de acogerse a los beneficios de la Ley de Ajuste, ahora hay una familia con credenciales indiscutibles de oposición, que reclaman ser perseguidos políticos y se acogen a la misma ley, y al mismo tiempo no renuncian al derecho de volver. Es decir, que en el orden personal y familiar reclaman los beneficios de ambas leyes, de naturaleza incompatible, y no están dispuestos a renunciar a ellos.
Vale la pena colocar a un lado, por un momento, la parte más vulnerable del argumento de la familia Payá. El retruécano de que la residencia en Miami puede facilitar que la familia presente finalmente, ante en un tribunal español una demanda contra el Gobierno cubano por la muerte de Payá no justifica la negativa de solicitar asilo político. En primer lugar porque el Gobierno español no tiene la menor intención de apoyar esta demanda, y ya se lo hizo saber el canciller español, José García-Margallo, a Rosa María Payá cuando la recibió en Madrid. En segundo porque la familia no cuenta con las pruebas necesarias para que un procesamiento de este tipo sea admitido por un juzgado español. En tercero, debido a que el juicio y la condena de Ángel Carromero, con la anuencia de Madrid, hace muy difícil este caso. En cuarto porque hasta el momento la familia Payá no ha logrado avanzar en algo menos drástico, como es la solicitud de una investigación internacional sobre el asunto. Y en quinto y último porque cualquier intento al respecto es seguro que anularía la posibilidad de regreso a la Isla por parte de los demandantes, salvo que decidan ir a enfrentarse a una contrademanda que de inmediato presentaría La Habana en su contra.
Si, repito, se coloca a un lado la posibilidad de esta demanda, la intención de algunos miembros de la familia Payá, de continuar la labor opositora no desde el exilio sino desde una especie de refugio temporal en el sur de la Florida —un campamento de invierno en medio del calor tropical de la zona— implica un reto, tanto para Washington como para La Habana, pero fundamentalmente para el exilio.
Hasta ahora, las opciones estaban claras: el cubano abandonaba el país porque era perseguido políticamente, porque buscaba una mejor vida o por ambas razones, como ocurría en más del noventa por ciento de los casos.
La fortaleza económica del exilio —y como consecuencia su poder de cabildeo en la política de este país— radicaba y radica en buena medida en el hecho de que quienes llegaron aquí, fundamentalmente hasta la década de 1990, creían de forma más o menos ilusoria en el “fin del comunismo en Cuba”, pero se dedicaban a fundamentar aquí sus bases económicas, con mayor o menor fortuna, y a no enviar dinero a la Isla.
La división entre exilio y oposición en Cuba se definía con claridad. Tras los intentos fracasados de incursiones armadas, al exilio solo le quedó el papel de proveedor de recursos, mientras a los por entonces llamados “contrarrevolucionarios” le tocaba el ejecutar acciones.
Los primeros dos cambios radicales fueron, primero, el fin de la “contrarrevolución” y el surgimiento de la disidencia y la oposición pacífica. Luego vino la segunda transformación —ocurrida durante los dos mandatos de Ronald Reagan y gracias en gran medida al surgimiento de la Fundación Cubana Americana— que fue el desplazamiento de la fuente de financiación. El Gobierno de Estados Unidos se convirtió en el principal suministrador de fondos.
No es que con anterioridad Washington no brindara dinero para la “contrarrevolución” —y en cantidades mucho mayores que ahora—, sino que se trataba de operaciones encubiertas. Ahora el financiamiento es a la luz pública y con el objetivo de la creación de una sociedad civil y un cambio pacífico.
Al exilio le quedó entonces la función de administrar esos fondos y canalizarlos hacia la oposición en la Isla, lo que por su parte produjo un historial de malos manejos y cuentas dudosas.
Ahora, con la nueva ley migratoria cubana, la disidencia ha visto la posibilidad de recibir directamente esos fondos, un viejo y justo reclamo.
Es por ello que cabe la posibilidad de plantearse que el traslado de los Payá obedece también a un fin económico. Solo que para lograrlo tienen que mantener viva la ilusión de que la organización creada por el padre, el Movimiento Cristiano Liberación, mantiene su vigencia en la Isla.
De ahí también esa dualidad casi esquizofrénica, de disidentes que estudian o han estudiado en Cuba, pero que al mismo tiempo reclaman ser opositores y vienen a Miami en busca de una vida mejor —algo que hemos hecho todos los que, por diversas razones, nos fuimos de Cuba— y al mismo tiempo quieren mantener con vida una organización que nació con objetivos precisos de luchar por la democracia no solo dentro de Cuba sino también dentro de las reglas y leyes del sistema. Por supuesto que mantener esa dualidad, desde la relativa comodidad que implica vivir en el sur de la Florida —comodidad que disfrutamos también la mayoría de los que vivimos aquí— puede resultar difícil.
Hay, sin embargo, una cuestión ya mencionada, pero no tratada en detalle. Debido a la relevancia de la figura de Payá como opositor —relevancia casi convertida en marca cuando Rosa María Payá desautorizó la mención del nombre de su padre, primero a Elizardo Sánchez Santacruz y Alejandro González Raga, luego a Yoani Sánchez— la decisión de acogerse a la Ley de Ajuste Cubano y rechazar el exilio, para no perder la opción de regresar a Cuba tiene varias implicaciones.
La primera es que implica un acatamiento de las leyes cubanas, no en la Isla, como hizo su padre, sino desde la perspectiva del exilio. Eso de vivir en el sur de la Florida, cumplir las normas establecidas por el régimen y al mismo tiempo proclamarse opositora es algo nuevo para Miami.
Lo más probable es que—salvo los que siempre criticaron a Payá desde una posición recalcitrante— no sea criticada por ello. Tras su muerte en circunstancias que han despertado muchas dudas, Payá ha sido transformado en víctima del sistema. En gran parte lo fue, pero esa victimización de su figura deja fuera por completo lo más valioso de su pensamiento y actuación: su independencia de criterios, tanto frente a La Habana como a Washington, así como su posición propia dentro de la Iglesia Católica.
¿Alguien recuerda ahora que cuando se conoció que Fidel Castro cedía transitoriamente el mando a su hermano Raúl diversos grupos de exiliados y los congresistas cubanoamericanos comenzaron a llamar a un levantamiento cívico y militar en Cuba, mientras que en la Isla Payá dijo que el mensaje del Gobierno de Estados Unidos debía enfatizar que no hay intenciones de intervenir militarmente y que Washington no representaba una amenaza para La Habana?
¿Alguien recuerda también que pidió además el evitar situaciones que pudieran “perjudicar la paz social en Cuba”?
Sin embargo, más importante aún es que, por su carácter de figuras públicas, los familiares de Payá han tomado una decisión que de inmediato han reflejado los periódicos y agencias cablegráficas, lo que ha servido para poner sobre el tapete algo ya comentado al conocerse la nueva ley migratoria cubana, pero que hasta ahora no había salido a la luz pública.
Para los cubanos que lleguen de ahora en adelante a Estados Unidos, está abierta la posibilidad de tener una doble residencia —que en el futuro puede transformarse en una doble ciudadanía— con todos los privilegios que ello implica.
Si los opositores más conocidos comienzan a hacerlo, qué decir respecto a quienes prefieren mantenerse al margen de la política.
Por supuesto que no va a faltar quien considere que lo hecho por la familia Payá es un gesto de desprecio al exilio. No es así. Más bien se trata de un doble ajuste, a los beneficios de la ley de igual nombre y a la realidad cubana. Pero al final, no deja de ser un ejemplo más de que la célebre Ley de Ajuste Cubano tiene sus días contados.

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